jueves, 22 de agosto de 2013

TENER OJOS DE NIÑO

CAPRICHO
―Su hija está perfecta, además, tiene sus ojos― dijo la neonatóloga y el padre sonrió tibio, se sentó en el banco del pasillo y empezó a llorar desconsolado. Nadie entendía el por qué de la angustia en medio de semejante alegría. Entre sollozos desconsolados balbuceaba lo siguiente:
―Mis ojos, no ¡Por qué tienen que ser así las cosas! Mis ojos ya están viejos, cansados, cada vez graban más recuerdos malos y olvidan bellos paisajes. Estos ojos, no, doctora. Estamos a tiempo de corregir lo que ha sucedido. Mis ojos ya se aburren de las caras nuevas y no se enamoran más de los rostros que aman. Estos ojos viejos no aprenden y solo automatizan lo poco que sé. Les da lo mismo el fucsia de la mañana y el ocre del ocaso, las dos son cosas de todos los días. Cuando se cierran no sueñan, solo duermen. Estos ojos doctora no deberían estar en su rostro, algo está mal. Mis ojos ya se olvidaron de llorar de la risa. Se van apagando desde que se les murió el asombro. Yo no quería que esto pasara, doctora. Dígame que estamos a tiempo.
―Cálmese, tranquilo. No lo entiendo bien ¿Qué era lo que usted quería?
―Que sea al revés, simplemente eso―dijo el padre levantando la vista de sus ojos llorosos, secándose los mocos con el puño de la camisa.
― ¿Cómo?
― Yo, doctora, quería tener los ojos de mi hija y volver a tener ojos de niño.


Fredy Bustos

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