La ojota derecha de la Nancy
hacía ese repiqueteo del talón al piso que indignaba al gringo Berto. La
primera razón era su incapacidad para imitarla en esa percusión; la segunda, a
Berto, se le venía una cagada a pedos. Y ahora, explicáme por qué llegas tarde,
inquirió ella, impaciente. La respuesta, días después de acaecidos los hechos, trato
de citarla como él me la transmitió.
Mi amor, no me vas a creer lo qué
pasó. Estaba en la parada de colectivos, frente a la clínica, donde lo tomamos
siempre que volvemos del centro. Llegó una ambulancia y bajaron a un abuelo
para hacerle unos estudios. La ambulancia estaba sola cuando llegó un inspector
municipal, el tipo se bajó de la moto y sacó el boletero. Yo, mi amor, me quede
mirando porque viste que siempre soñé con ser inspector de tránsito. A mí ya me
parecía que estaba mal estacionada, casi sobre la parada del colectivo
impidiendo que los pasajeros, como yo, abordáramos el colectivo con cierta
seguridad. El inspector, con mi mismo criterio, llamó a la grúa para que la
retiren. Yo lo veía, con esos lentes oscuros que tienen y esa radio, parece el
piloto de Lobo del Aire. Siempre me pregunté si esa ropa de cuero que usan será
caliente para esta época del año, vaya a saber uno. Cuando los enfermeros de la
ambulancia salieron con el abuelo en la camilla vieron la ambulancia ya
enganchada en la grúa. Ahí empezó todo. Se pusieron a discutir con el inspector
y el resto de los municipales que querían dejarlos a pata. El abuelo, recostado
y cubierto con mantas, empezó a piropear a las viejitas que salían de misa de
seis. Yo ahí me reí y me acerque al viejo para escuchar las giladas que les
decía. Una de ellas coordinó, con unas siete u ocho viejas más, un bloqueó a la
grúa porque les parecía un abuso de autoridad por parte del piloto de Lobo del
Aire, que ya se había sacado el casco y los lentes reglamentarios. Don
Leopoldo, así me dijo que se llamaba el viejito, me contó que se vino a hacer
unas placas de tórax por su cáncer de pulmón, al tiempo que me pedía un
cigarrillo. Me negué. Él se incorporó de la camilla y me inmovilizó a golpes de
puño. Ves, acá tengo el moretón en el cuello. Debe ser karateka, porque yo una
vez lo vi a Kung Fu darle un tatequieto a un vaquero de la misma forma. La
cuestión, que el viejo me sacó la billetera y se fue hasta el kiosco a comprar
un atado de rubios. Volvió echando humo, me devolvió la billetera, menos la
plata de su compra, y se recostó de nuevo. Me dijo que le había dado chucho y
que ya no estaba para esos trotes. Yo y él, solamente, sabemos esa parte de la
historia. El resto estaba atento al secuestro de la ambulancia. Ya había unas
quinientas personas alrededor de la escena. Un policía, por lo que se comentaba
en la parada, tocó el hombro de unas de las viejitas de misa de seis y,
automáticamente, organizaciones feministas se pararon en frente del viejerio
para defenderlas del atropello de la ley. A todo esto, abogados del municipio y
abogados de la empresa dueña de la ambulancia negociaban, en un bar cercano,
una salida pacífica del conflicto. La cosa se puso espesa cuando manifestantes
de izquierda tomaron cartas en el asunto. Cubrieron de una bandera roja la
ambulancia y empezaron a organizar una cooperativa de traslados médicos. La bandera
era del color de los pañuelos que cubrían las caras de los activistas. Su
presencia amenazante alertó al comisario
que requirió la presencia de Infantería. No hace falta decirte, amor, que la llegada
de perros de la policía agregó más actores al asunto. La protectora de animales
cayó con pancartas a favor de su liberación, la de los perros, claro. Parece
ser, que una ovejero alemán de unos 15 años viene reclamando desde hace tiempo
la liberación de uno de sus cachorros. Dicen, que la perra madre lo vio una vez
en el noticiero cuando mostraban unos incidentes en un partido de fútbol. Hasta
dicen que esa historia inspiró la película Liberen a Willy pero esa parte yo no
la creo. Obviamente con tanto lio la avenida se cortó y el colectivo no pasaba
más. Yo y otros usuarios intentamos armar una marcha en contra de semejante
atropello; no lo hicimos. Es que la asamblea de la Pa.To.C.C.C.C. (Pasajeros
que Toman el Colectivo Cerca de la Clínica del Centro) decidió redactar un
documento para presentar nuestro repudio al operativo que se realizaba,
supuestamente, con el objetivo de asegurarnos nuestro ascenso al bondi. Cuando íbamos
a leerlo a los medios de prensa que estaban presentes, un funcionario de la
municipalidad nos robó cámara para anunciar el fin del conflicto. Off the
record, supe que la ambulancia fue llevada por la grúa porque todo se resolvió
en la mesa chica de aquel bar cercano. Era la mesa más chica del bar, circular,
y ahí armaron un sexto al truco. Salieron derrotados, en punto y hacha, los de
la empresa de traslados médicos. Pagaron la cuenta de los cafés y perdieron la
ambulancia. Todos los presentes celebraron el acuerdo como un triunfo del azar
y el entendimiento y cada uno se fue a su casa.
-Berto, y la Nancy te creyó –le
pregunte el día que me contó la historia.
-Todo, salvo dos cosas. Que el
moretón, según ella, era un chupón y no un golpe de Kung Fu. Y que la historia
no explicaba por qué yo no traía camisa debajo del saco. Entonces le dije la
pura verdad. Don Leopoldo se abrazó con la mujer que le correspondió sus
piropos y que había iniciado el piquete. Acordaron ir a tomar una copa a una
confitería cercana. Él, sin ambulancia, quedaba a pata. Así que vino y me dijo,
Berto, dame tu camisa y prestame plata. Le dije que no y se incorporó en una
pose de artes marciales. Como las que hacía Kung Fu pero sin la quena. Y viste
cómo es, cuando uno se quema con leche. Así que le entregué la camisa.
- ¿qué te dijo la Nancy?
- No me vas a creer, pero justo cuando le
contaba a ella, en el noticiero se veía el momento en el que yo, en cueros, le daba la camisa al
Leopoldo. La periodista decía que uno de los manifestantes se sumó a la marcha desnudándose.
La movilera no sabía que yo era miembro de la Pa.To.C.C.C.C. Es increíble como
la tele te engorda ¿no?