TÉCNICAS PARA COMER MANDARINAS
Si un conocimiento me llevo a la
tumba es aquel que reza: “las heladas dan mejores mandarinas”. Hágase de ese
comentario en cualquier charla informal con una persona mayor de 62 años y
estará a la altura de las circunstancias. Suele darse así:
ADULTO MAYOR: ―Miércoles ¡Qué frío!
UDTED: ―Y eso que aún no heló (marque un
silencio para presentar el conocimiento en el momento correcto).
ADULTO MAYOR: Es cierto, lo que nos espera...
(Ahora sí, todo suyo, dibuje, maestro)
USTED: ―Por eso no hay mandarinas como las que había
antes. (Usted, desde este momento, tiene que tener el tiempo adecuado y
respetuoso para escuchar anécdotas de los inviernos del último medio siglo).
Las
mandarinas tienen ese qué se yo. Hay
dos grandes grupos: criolla y las dancy.
La primera es amarga, agria. Te hace los ojitos como aquel beso a los 14 que te
diste con la persona menos indicada solo para salvar la matinée. La mandarina criolla debe existir en otras partes del
mundo, lo que no sé es si ahí también es criolla o “argentina”. La cáscara de
la mandarina tiene la propiedad de salvar el aburrimiento. En una sobremesa
familiar, usted, aletargado por las aburridas consideraciones hereditarias tras
la muerte de il´nono, puede aplicar ácido cítrico en los ojos de un primo
(hágalo oprimiendo entre sus dedos –los suyos, no los de su primo- un trozo de
cáscara de mandarina criolla cerca de sus ojos –nuevamente: los ojos de su
primo, si lo hace en los suyos, propios de usted que lee esto, no verá el
efecto comiquísimo en los ojos de su primo). Advertencia: si una tía
(normalmente su madre –mamá de su primo, si fuera su madre, de usted que lee
esto, habría omitido decir “tía” anteriormente-) dice escandalizada: “¡No! ¿Qué
lo querés dejar ciego?”, no responda. Es una pregunta retórica y, hasta ahora,
la ciencia no ha demostrado cegueras producidas en ojos de primos por ácido
cítrico esparcido tras aburridas consideraciones hereditarias tras la muerte de
il´nono. Al menos, yo las busqué bajo
esas características y la oftalmología moderna no me ha devuelto ninguna
respuesta afirmativa. Mándela a la mierda (en silencio como suele hacerse).
La dancy, ya con su nombre hollywoodense, pecha. Son las más
coloradas, son más dulces. Y hele o no hele vienen ricas lo mismo, total ya son
todas tan transgénicas como las criollas (el concepto de transgenización de las
mandarinas en todas sus variantes es un tema interesantísimo para abordar con
su tía tras el reto absurdo o con el adulto mayor que mandó a la miércoles al
frío). Las mandarinas dancy tienen ese encanto único. Son dulces hasta que un
día, quince años después, usted ve a esa persona que se chapó en la matinée para salvar la noche a los
catorce. De pronto está parada en una feria de platos a la salida de la
parroquia del barrio vendiendo tartas y tortas para el viaje del grupo scouts
de su hijo (el hijo de esa persona, usted aún no formó una familia porque sigue
arrojando ácido cítrico en los ojos de primos sin atender a los adultos asuntos
tras la muerte de il´nono). Uno, sin saber, le compra una porción de tarta
de ricota de mandarina y se replantea la vida sin pepas.
Hay
otras mandarinas que vienen con la cáscara pegadísima y se disecan mientras uno
las pela; de ellas que se ocupe su tía.
FREDY BUSTOS