miércoles, 13 de febrero de 2013

PECADOS Y PESCADOS


LOS MIERCOLES, RELIGIOSAMENTE

La cuaresma es la época del recogimiento, de la reflexión y la penitencia. Fátima no tenía motivos, más allá de la costumbre, para cumplir con ninguna de ellas. Aquel año su cuaresma fue venganza. El miércoles de cenizas Horacio volvió a llegar tarde después del trabajo. Sus manos nuevamente estaban llenas de olor a gas oil y manchadas con aceite. Entró hecho un demonio maldiciendo al mecánico que, otra vez, lo había estafado con el béndix del burro de arranque. Fátima, que entendía poco de mecánica, se fue hasta la piecita del fondo y marcó una cruz en un calendario que guardaba debajo de la pila de sabanas planchadas. Cenaron como siempre, los dos solos mirando el final del noticiero y el comienzo de la novela. El viernes voy a preparar un arroz con sardinas, empieza la cuaresma, le dijo en medio de un corte comercial. Horacio disparó un chorro de soda del sifón y se quejó porque sólo tocía un agua sin burbujas. Decile al ladrón del sodero que te deje un cajón con gas, si no que se dedique a vender agua. Bueno, mañana le digo; alcanzaste a escuchar lo que te dije. Sí Fátima, que otra vez arranca esa estupidez del adviento. Cuaresma, Horacio, lo corrigió. Es lo mismo, sentenció, harto. Creía que ya sin los chicos en casa, los dos solos, íbamos a terminar con esas cosas. No nos cuesta nada, Horacio, ya nos comimos el diablo, ahora nos comamos los cuernos. Él la miró desde abajo, con medio bocado de costeleta en la boca. Le molestaba esa frase porque Fátima la heredó de su madre. La vieja, cuando vivía, siempre lo chuseaba al Horacio con favores infinitos, y si él osaba mostrar cansancio, ella le espetaba esa frase. El viernes cenaron los dos un arroz frío con sardinas y tomates cortados en cubos.

La semana pasó sin sobresaltos. Y Horacio volvió a entrar el miércoles siguiente con las quejas sobre el estado del arranque de la camioneta. Fátima volvió a marcar el almanaque. El jueves a la mañana, la vieja chevrolet arrancó serena como siempre. Como los últimos 35 años. Fátima se reía por dentro para no llorar. Ya no quería seguir llorando las lágrimas que supo derramar tantos años. El viernes nuevamente la cena los encontró con una salsa de tomate encebollada que dormía tibia entre una prepizza y un poco de queso mantecoso. Horacio se atragantó con dos porciones que se comió desaforado. Siempre comía rápido. Merluza no conseguiste, le preguntó Horacio mientras miraba los hierros retorcidos de una camioneta chocada que mostraban en el noticiero, hay que ser pelotudo para chocar así, o ¿no? Fátima, respondió a lo primero. Fui a la carnicería pero no tiene pescado fresco y viste lo que sale. Él, como era su costumbre le encontró la solución. El domingo vienen los chicos a comer un asadito, cuando lo vea al Cholo en la carnicería le voy a decir que te consiga pescado sin espinas y que no pida huevadas. Bueno, dale; dijo ella preguntándose si este tipo, con el que convive desde hace treinta años, no sabe que ella lo conoce al Cholo desde que era un mocoso que jugueteaba entre la cámara y la sierra.

La cuaresma fue avanzando con pena y sin gloria como corresponde a cada buen católico. El miércoles siguiente, Horacio entró con su gesto típico y habló de la correa de distribución o algo así. Simuló una llamada a Chaves, el mecánico, de la vuelta. Chaves había viajado al campo para un velorio. Fátima lo sabía porque mateaba con la Ruca de Chaves todas las tardes. Sin embargo Horacio intimaba a su ficticio interlocutor para que enmiende sus malos arreglos. Se estaba haciendo viejo. Horacio oía menos y mentía cada vez peor. Hacía calor y le entregó la camisa a Fátima para que disponga. Ella se fue a la piecita del fondo y volvió a marcar el miércoles. Se reía para no llorar al sentir, sobre el olor de transpiración del día, una rociada fresca de colonia.

Llegó el domingo de Ramos y Fátima se fue a misa de ocho. Se confesó. Hacía mucho que no lo hacía. La última vez, si la memoria no le fallaba, fue para el casamiento de la Victoria, la más grande y la última en irse del hogar. Miró las mismas caras de siempre en la iglesia. Y vio entrar al padre Marlon en el confesionario. Le terminaron diciendo así porque era un gringo croata que vino de los Balcanes a misionar en la Argentina; las chicas de la catequesis lo bautizaron Marlon y así le quedó. Fátima pensó que era el momento ideal. Se arrodilló y hablo por sobre la ventanilla de maderas tramadas. Ni malos pensamientos, ni pecados graves, ni mentiras. Relató un par de insultos que jamás dijo a alguna que otra vecina y nada más. Algo más hija; le preguntó el croata en un español propio de los sordomudos. Sí, padrecito, puedo confesar pecados a cuenta, preguntó Fátima. El padre dijo que no entendía, tal como ella pensó. No, nada más, padre. Le encomendó un par de denarios de penitencia y la absolvió. Fátima retiró el ramito de olivos y se fue a la casa. Mientras lo colgaba del crucifijo detrás de la puerta, Horacio seguía atento la carrera del TC. Chevrolet venía ganando y eso le daba paz.

El miércoles santo todo fue igual. El viernes santo todo llegaba a su fin. Era el último día de penitencia. Esa mañana la radio, relatando las efemérides, recordó el levantamiento carapintada de 1987. Horacio y Fatima lo recordaron juntos porque ese año habían terminado de pagar la hipoteca de la casa. Se sorprendieron los dos, como hacía mucho tiempo no lo hacían mateando en la galería, hablando gratamente. Él la beso en la mejilla y partió al negocio. Ella se fue caminando hasta la carnicería del Cholo. Al igual que su padre, el Cholo era un Casanova detrás de un delantal. Siempre tenía chistes de doble sentido para vender la carne. A más de una, al igual que su padre, lograba alborotarle la vida. Era bien parecido y tenía una sonrisa pícara y constante. Sus hombros trazaban una línea paralela a la ganchera. Tenía, al igual que su padre, la costumbre de rozar las manos de las clientas cuando entregaba la bolsita con la mercadería. Manos de carnicero. Suaves y eternamente jóvenes. Son como los vampiros que se alimentan de la sangre ajena, ellas se nutren de la sangre y la grasa. Como cada viernes de cuaresma y sobre todo por ser viernes santo, había poca carne en la batea y menos en los ganchos. Era un día muerto para la venta, como si la muerte no fuera parte del negocio. Había unas cinco clientas delante de Fátima en la fila. Todas, ese día, venían por la merluza del Cholo. Una a una, todas le pedían lo mismo. Cholito dame filet pero sin espinas. Sin espinas, Cholo, mirá que si no mañana te la traigo. Las que presumían de saber de pesca le pedían filetes del lado del lomo. Fátima las fue dejando pasar, incluso a dos que vinieron después de ella, les cedió el lugar. Cholo qué te quedó, le preguntó. Y me debe quedar medio kilo de merluza y lo que sí hay es lomito de atún, ese casi no tiene espinas. No lo sé preparar, Cholo. Es lo mismo, madre. Mirá que a esta altura de la vida voy a andar con cosas raras. Dame los cuatro filetes eso que te quedan de merluza, si tienen muchas espinas los hago como albóndigas. Cuando sintió las manos del Cholo rozar las suyas en el intercambio de plata por pescado sintió asco. El mismo asco que sentía los miércoles cuando tachaba en el almanaque. Compró media docena de huevos y un kilo de papas en la verdulería. Mientras puso las papas a hervir para el puré, rebozó los filetes. Sintió las espinas al palmearlos en la harina humedecida con el huevo. Rayó nuez moscada sobre las papas pisadas con leche y vinagre y tiró los filetes sobre el aceite. Horacio llegó a hora como cada viernes y sintió el olor de la fritanga desde la puerta del comedor. Mientras Horacio sacaba el vino y el sifón de soda de la heladera, Fátima fue hasta la piecita del fondo y siguió su plan. Juntó dos cables que había pelado con precaución y generó un cortocircuito. Qué mierda pasa, preguntó Horacio, que quedaba a oscuras en la mesa, sin poder seguir viendo el cronograma de partidos en el noticiero. Nada viejo, se cortó la luz, viste cómo está todo con estos calores. Dejame que voy a ver si es un corte general, dijo el solucionador de problemas. Cuando vio que el corte era solamente en la casa, ella lo convenció de que se sentaran a comer a la luz de unas velas que le sacó a la virgen del Valle. Fátima con dos golpes del pisa papa sirvió el puré en el plato. Repitió la operación en el suyo. Después destapó la fuente del pescado. Vos sabés que el novio de la chica del frente es mecánico. Estuvo viendo la camioneta el fin de semana pasado cuando vos te fuiste a jugar a las bochas. Qué la quiere comprar, preguntó él mientras repasaba con el tenedor, como un escáner, para ver si sentía las espinas; le dijiste que no está en venta, supongo. Sí le dije. El me dijo que es una pena porque tiene todo en perfecto estado. Horacio levantó la mirada mientras se mandó al buche medio filete de merluza a la romana. El muchacho, muy amable, me dijo que es curioso que a vos justo se te rompa los miércoles y los jueves se arregle de milagro. Qué se yo, cosas de chico, me hizo reír con ese comentario. Viste que yo soy de fe, pero que todos los jueves la chata se te resucite es gracioso, o decime que no. Horacio a esa altura tenía casi un filete completo en la boca. Con toda esa mezcla de pescado, harina, puré y espinas no se tragaba el mal trago. Empezó a sentir las primeras espinas lastimarle la garganta. Como arañándolo. Y de dónde sacas vos, que a mí la camioneta se me rompe solamente los miércoles, alcanzó a decir tosiendo con dolor. De acá Horacio, mirá. Por la mesa le pasó todo el almanaque completo del año pasado y los meses de enero, febrero y lo que iba de marzo. Horacio hacía un esfuerzo por ver las cruces en cada miércoles del almanaque y se zampaba más pescado a la boca para evitar responder. Lentamente se fue ahogando. Las burbujas de la soda lo raspaban y le ardía. Intentó decir o maldecir algo inentendible y fue cambiando de color. Se quedó golpeando a la mesa y cayó arrastrando el mantel y todo al piso. Fátima se persignó y fue hasta el pórtico para levantar las llaves de luz. Pegó un par de gritos y llamó a los vecinos. Cuando la ambulancia llegó lloraba en los hombros de las comadres que le daban el pésame.

El domingo, después del velorio, se dio misa de cuerpo presente. El curita croata ofició la ceremonia. Entre los llantos de todas, y sobre todo de una que lloraba sentida en el último banco de la iglesia, Fátima logró entenderle una sola frase al cura que hablaba como sordomudo nuevo. Hermanos, la Pascua es la liberación después de la muerte.


jueves, 7 de febrero de 2013

LA RISA ES TERAPEUTICA, o consuela


DESCONECTADO
Hasta ahora veníamos bien con la terapeuta. Digo veníamos bien porque, la verdad, que logramos superar, juntos, momentos escarpados de mi vida. Logre entender que el día que mis compañeritos de los Boy Scouts, siempre listos y prestos para la aventura, me tiraron de cabeza al foso de la letrina, fue sólo un acto de camaradería. Y en una especie de ceremonia iniciática me bañaron de heces humanas logrando que yo pasara a la fama con mis frágiles e inexpertos nueve añitos. Creo que aun tengo los recortes de diarios nacionales donde yo aparecía. Fui uno de los primeros casos de cólera en Argentina. Mi tía Próspera guarda los recortes allá en su casa de  Necochea. La noticia recorrió el país y mi desafortunada historia despertó una especie compasión nacional. Mi mamá lavó el pañuelo junto a todo el uniforme, y la verdad que no los necesito para recordar aquel momento bisagra en mi vida.

A perdonar, aprendí con mi psicóloga. Acompasar y ganar empatía con mis congéneres es también un hábito que he logrado tras años de terapia. El otro día pude perdonar al conductor de un Mercedes 11/14 que, por gritarle chupo conchas a domicilio a una rubia que caminaba por Sarmiento casi llegando a Rivadavia, me tocó el auto. Aún espero el presupuesto del seguro. En ese momento sólo atiné a preguntarle qué hacía. Aún recuerdo cada centímetro de su metro ochenta. Bajó del camión como un niño se desprende de un corcel de carrusel. Parado al lado de mi puerta me pidió que le repita la pregunta. Yo recordé los sabios concejos de mi terapeuta para liderar una conversación. Ella siempre dice que para lograr el enlace efectivo con el otro debemos interpretar su comunicación corporal. Leer su cuerpo.  Yo tenía ante mí 140 kilos de lectura rápida. Uno no puede leer la Guerra y la Paz de Tolstoi en un fin de semana. Yo tampoco pude. Evidentemente, mi intento de ponerme a la altura del cansado transportista lo alteró. Pensá Mario, pensá; mi terapeuta me dio ese ejercicio. Un día me dijo, vos cuando estés ante una situación compleja decite a vos mismo pensá, pensá. Qué puede saber un rudo camionero de técnicas de autoayuda. Evidentemente no me interpretó y cuando yo intente abrir la puerta de mi auto el me ayudó a salir como los Dukes de Hazzard. ¿Ah estás en guapo? me preguntó. Aún no entiendo porque me costaba liderar esa conversación. No me anime nunca a hacer la denuncia. Mi ojo derecho sigue con un estrabismo leve pero la verdad que mi vida sigue normal. El seguro nunca me pagó porque obvio no logre conseguir los datos de la póliza del camión. Además el seguro dice que yo estaba parado sobre la senda peatonal. Cómo pude ser tan tonto de no frenar antes de la línea. Aunque algunos conocidos que saben más de estas cosas dicen que la inercia del golpe del camión avanzó mi posición, antes correcta. Mi psicóloga sabe poco de seguros contra terceros pero me ha ayudado a perdonar a ese pobre tipo que seguro venía de un día difícil. Aunque el choque, ahora que lo pienso, fue a las ocho de la mañana. Lo del seguro me pareció una avivada pero no me siento en condiciones anímicas de litigar contra una multinacional.

De los descubrimientos más sorprendentes que tuve con mi terapeuta fue la impagable oportunidad de hacer mi tesis de grado por segunda vez. Mis conocimientos se multiplicaron con creces y mi experiencia investigativa se duplicó sin dudas. Todo eso paso con lo que yo antes creía una estafa. Había trabajado dos años controlando el comportamiento de sondas moleculares para definir leyes en variantes del linaje celular. No quiero aburrirlos con estos temas de exigente sapiencia, pero la verdad que era un trabajo loable el mío. Un día de noviembre, con esos primeros calores abrasadores me reencontré con un compañero de la facultad. Marito querido, me saludo Pablo Uriasky. En los primeros años de la carrera era el bon vivant de la facultad. En las ciencias duras no sobran los hombres atléticos y que tienen facilidad con las mujeres. Pablo era uno de esos. En aquel reencuentro,  sospechosamente amigable, me relató su año sabático. Había viajado a Aspen, Estados Unidos, para trabajar en un centro de sky. Cuando los padres le cortaron el giro debió retomar sus estudios. A que no sabes quién me pregunta siempre por vos marito. Cuando me comentó que era Claudia, su hermana, me olvide de los linajes celulares. Aún me recordaba de esas juntadas en su casa. Creo que después de aquella tarde debo haber compartido un mes con Pablo con la escusa de ver a Claudia. Yo lo ayudaba a Pablo a ponerse al día con la facu. Nunca la vi, salvo una vez. Vi, desde la puerta de la casa de los Uriasky, salir un auto importado con, alguien parecida a Claudia de acompañante. Habrá pasado un año de aquel verano y más o menos para la misma época me entere de dos cosas. Mi madre un día me preguntó si yo no conocía a una tal Uriasky. Mi corazón se sobresaltó. Cuando la vi a Claudia en la foto de la revista Gente me enamoré durante dos segundos.  El título decía: EL POLISTA URBIDEGARAY Y SU FLAMANTE ESPOSA CORDOBESA. Una semana después, vi una foto de Pablo en facebook todo enchastrado con huevos y harina. Me dolió enterarme que su trabajo sobre linaje celular había sido congratulado por los académicos. Las similitudes con el mío eran notorias pero ningún tribunal aceptó la apelación por plagio.            

Claudia me llevó horas de charla con mi psicóloga. Hoy entiendo que ella no era para mí, y que gracias a hacer dos tesis en cuatro años he logrado un conocimiento inigualable. Hobbes decía que nos subimos a hombros de gigantes para ganar más conocimiento. Eso me hace pensar que yo me vengo haciendo acococho a mí mismo desde hace un buen rato. Veníamos bien con mi psciologa hasta hoy. Mis desamores vienen en ascenso en los últimos tiempos. Y yo me quede helado en la sesión de hoy cuando le dije que las redes sociales habían alterado mis relaciones personales. Sara, mi psicóloga me dijo que era un tema que ella no manejaba con tino. Hasta me preguntó cómo se hacía una cuenta en facebook para poder aprender un poco de algo que todo el mundo hablaba. Fueron sus últimas palabras. Me pareció que está desconectada de la realidad. No voy a volver a terapia, al menos, hasta que me sienta mejor.
FREDY BUSTOS        

CAZA DEPORTIVA DE RECUERDOS


ZUMBIDOS LIBRES          

Las uvas y las abejas del cajón. Parece raro, pero ahora que pronuncio esa oración el aire en mi boca genera una cosquilla. La eses de las uvas generan una corriente de aire que se amasa con las jotas de las abejas y del cajón. En esa época no pensaba en nada de eso. Cuando el primer cajón de uvas llegaba a la verdulería empezaba a esperar los días. El calor subía a fines de enero y en la primera semana de febrero, el escenario estaba en condiciones. Había que salir de caza. Para cazar abejas del cajón se necesitan algunos elementos. Una bolsa de propileno. Existe mucha bibliografía sobre el asunto, pero mis años me han confirmado aquella hipótesis. Para tomar una bolsa de propileno de un rollo, debe usted dejar el pulgar en el medio de la línea que une a la bolsa siguiente. Hágalo sin mayor fuerza, pero sí con resistencia al tirón, y sacuda con la otra mano en dirección opuesta. No falla. La bolsa no se desfonda y permite generar con ella un globo que al explotarse asusta viejas alteradas. Para llenar de aire una bolsa de propileno de dos kilos necesita girar sobre su eje. En danza clásica le dicen piroutte, acá no necesita mirar un punto fijo. Sí debe girar en dirección opuesta a las agujas del reloj, sea cual fuera la hora que marquen. El cuarto para las doce está bien para empezar. Asuste, eso despierta almas en pena. Sepa que, una vez detonada la bomba, usted necesitará de otra bolsa para cazar abejas del cajón. Munido de una bolsa apta para el hermetismo busque la siguiente herramienta. Necesita de una tabla. Yo, si sirve mi experiencia, tomaba las tablas que vienen arriba del cajón de pimientos. Esas tablas son más flexibles y están pensadas para no lastimar la piel de los morrones. Caros y sensibles; amarillos, verdes o rojos. Me parecía un gesto humanitario pegarle a las abejas de las uvas del cajón con algo no tan violento. Al mediodía de cualquier día de febrero un cajón de uvas moscatel puede atraer unas ciento veintiocho abejas. El error de la muestra puede dar un margen de dos más menos abejas (vuelven las cosquillas a mi boca). Con la tabla, iba, yo, dando golpecitos aleatorios a las abejas para que salgan volando dónde la madera flexible las mande, generalmente a la calle. Una vez que está reducida la población de antófilos, nombre carteludo de las abejas, proceda a cazar. La gente lo va a ver raro, ignórelos. Quizás ellos cacen ciervos en montes de abedules de los cerros Apeninos; qué saben de las cosas importantes de la vida. Las uvas del cajón que marchitan su piel son de las uvas más maduras (cosquillas), ahí está el objetivo. Infle la bolsa de propileno. No sé qué efectos puede generar la música del Pedro Tchaikovsky en las abejas, pero en el tercer acto de la Bella Durmiente la princesa Aurora se clava unas volteretas que pueden servir para inflar la bolsa. Baile, llénese de aire. Suavemente asiente la bolsa, abierta e inflada, sobre el racimo maduro. Espere, todo lleva su tiempo. Las abejas hipnotizadas por la música clásica y sin distinguir el propileno transparente, saldrán en un vuelo, ahora limitado. Atrape. Cierre la bolsa. Tome las puntas de la boca y haga el primer nudo que se hace cuando se ata los cordones. Tiene usted en su mano un globo con abejas. Muchos habrán tenido otros juguetes, yo también los tenía, pero este era mío. Las abejas, salidas de una cajón de uvas, pueden generar un ruido extraño dentro de una bolsa de propileno. Si es alérgico evítelo. Yo lo era, y durante dos años consecutivos, no pude escribir los primeros días de clase de tercero y cuarto grado. Tercero no me importó, pero cuarto sí. Empezábamos a escribir con birome y dejábamos el lápiz. Te sentías grande, dominabas la tinta, podías escribir y ser responsable de lo que decías, porque borrar era caro. Yo llegue tarde. Mi mano derecha inflamada por las picaduras me lo impidió. Los otros escribían en tinta azul y yo, de oyente. Entendí que la imaginación es libre como el vuelo de las abejas y de cualquier ser. No poder escribir y ser oyente me ayudo a escuchar antes que decir.  Hoy me escucho pronunciar las uvas y las abejas del cajón y me hace cosquillas la libertad.  
Fredy Bustos