Un alazán en el Sena.
Fue una tarde de verano. Cuando se largó la lluvia Martina
entró a la casa. La nueva casa, la vieja casa de su abuela. Tenían, junto a su
hermano Santino, sentimientos encontrados para vivir ahí. Desde que la abuela
murió, dejó de ser ese lugar mágico para ir de visitas. Ya, pensarse viviendo
ahí, era otra cosa. “La vida cambia después de la muerte”, pensó sin darse
cuenta Martina. Subió la escalera y entró a la que era, ahora, su habitación.
Junto a la cama estaban las cajas de juguetes, medio desparramadas las muñecas
y los títeres de peluche. Los osos quedaron en lo profundo del cajón. Juntó un
poquito de coraje para empezar a desembalar tiestos y trastos pero se frenó en
un resoplido de poca gana. Se sentó a los pies de la cama y se quedó mirando un
cuadro colgado en la pared. Durante años, los primeros nueve de su vida, nunca
reparó en la lámina enmarcada. Era una imitación de de un Renoir. Se veía un
río, el Sena, y una pareja navegando mansamente en un día de sol. Los colores
eran vivos y el agua azul. El cielo también. Era primavera, se notaba. Afuera
llovía y el cielo se puso más oscuro. Martina salió un instante del cuadro y
siguió con los ojos la línea del marco. La recorría y su cabeza empezó a caer
sobre su hombro. Lo vio torcido. Se paró, caminó hasta la pared y lo enderezó
acompañando su corrección con la cabeza para el otro lado. Giró el cuadro en
sentido de la corriente mansa del Sena. El agua empezó a caer por el marco. Bajó
por la pared que alguna vez fue ceniza y mojó el piso de la nueva habitación de
Martina.
Martina hizo un paso para atrás. Y dos, y tres. Y sentó en
la punta de la cama. Quería hablar y no le salía de la boca ninguna palabra. Se
quedó, perpleja, mirando el bote que avanzaba, con los enamorados abordo, caer
por la catarata de la pared. El hombre abrazaba a la mujer y ella confiaba en
sus brazos. Una vez que la embarcación alcanzó el piso, los dos siguieron
charlando tranquilamente, fascinados con el nuevo paisaje. El caballero orilló
el bote sobre una de las costas, desde la cual, lo miraban cuchicheando un par
de rubias Barbies. Uno de los títeres ofició de contralmirante y ató la
embarcación para asegurarle buen puerto. El caballero ayudó a su amada a
descender.
―¡Santino! Vení a ver, nene―gritó Martina encontrando las
palabras―.
Vení y mirá lo que hacen mis muñecas.
―¡No me importa! ―respondió a los gritos Santino desde el
cuarto contiguo― además, no me importan tus muñecas. Papá dijo que cada uno acomodara
su cuarto―.
Santino no era obediente pero estaba cansado de que su hermana lo mandara.
Cuando él le exigía algo siempre tenía que poner algo a cambio.
Martina se paró sin dejar de vista la escena, Saltó por el
Sena azul de Renoir y fue corriendo hasta la pieza de su hermano. Lo trajo
arrastrando, siguiendo una costumbre. Lo paró en la puerta y los dos se
quedaron mirando el Sena de la nueva pieza de Martina.
―¿Qué hiciste, nena? Yo le voy a decir a papá que no tengo nada
que ver con este enchastre.
Cuando Santino siguió, con la vista, el curso del Sena por
la pared llegó hasta el cuadro que mostraba un río sin navegantes. Los hermanos
se quedaron mirando el piso: estaban la pareja del bote, las muñecas Barbies y
los títeres charlando a orillas del río que llegaba a las patas de la cama de
Martina. Los dos hermanos caminaron hasta la pared color ceniza y levantaron
lentamente el cuadro despegándolo cuidadosamente desde la parte de abajo.
―Cuidado, Santi. Lo vas tirar. ―Santino, haciendo punta de pies
en una silla, la miró a su hermana mayor controlando la situación. Los dos espiaron
y no había nada raro. Nada que no hubiese detrás de un cuadro colgado en una
pared color ceniza. Saltaron de nuevo el Sena y fueron hasta la pieza de
Santino para ver qué había del otro lado de la pared. Nada. Unos cuantos
daguerrotipos colgados, unos marcos que tenían fotos del abuelo y otros
cazadores. Justo en el centro había un cuadro con los detalles de una carrera que
supo ganar uno de los caballos del abuelo. Calcularon que ese marco estaba a la
misma altura que el Renoir del Sena. Lo sacaron con sumo cuidado y no vieron
nada raro. Solo que el clavo, después de vaya saber cuántos años ahí, se salió
y cayó al piso. Dejaron el marco de la foto de la carrera y se fueron corriendo
hasta el río Sena que cruzaba la habitación de Martina.
La pareja de enamorados seguía conversando, entretenida con
los muñecos y muñecas de Martina. De pronto, por el Renoir torcido empezaron a
aparecer los juguetes de Santino. Primero unos soldados iban caminando con el
agua hasta el pecho alzando sus armas. Cuando llegaron a la catarata de la
pared, tiraron las armas –las consideraron inútiles- y se arrojaron. Atrás de
ellos lo siguieron unos dinosaurios: un par de tiranosaurios, un velociraptor, un
protoceraptor; a todos Santino los conocía con devoción. Después vieron entrar
en el Sena, a lomo de un caballo alazán, a un hombre joven muy parecido al abuelo
que conocieron por fotos. Todo el bicherío y el resto de personajes se quedaron
a orillas del Sena disfrutando la tarde, a los pies de la cama de Martina.
―¡Chicos! ¿Están arriba? ― gritó el papá de Martina y
Santino desde la planta baja. Los dos hermanos se miraron desconcertados y
dijeron a coro:
―Sí,
papá. Vení a ver.
Cuando abrió la puerta del cuarto de Martina, los dos
hermanos vieron a su padre con dos marcos en la mano.
―Bueno, a ver. Con mamá queríamos dejarle dos cosas. Son para
sus nuevos dormitorios. Este es para vos, Santino. Una foto del abuelo y su
caballo. A vos, Santino, antes que el
abuelo muriese, te subió una vez en brazos. Este es para vos, Martina. Es el último
cuadro que tu abuela pintó. Es una copia de una obra de arte de francés que se
llamaba Renoir. Tu abuela siempre quiso conocer Francia para llegar a ese río.
Son para sus dormitorios. ¿Qué les parece?
―Genial, papá ―dijo Martina y lo abrazó.
Cuando Santino tomó la fotografía del abuelo y su caballo
alazán, no pudo con la curiosidad:
―Papá ¿Cómo se llamaba el caballo del abuelo?
― “Velociraptor”, hijo. Como uno de los dinosaurios que tanto
te gustan a vos. Che, cierren las ventanas, chicos. Con esta lluvia se va a
llenar de agua y la casa es viejita.
―Sí, papá ―respondieron a coro los hermanos.
―Bueno, ¿qué querían mostrarme? Se los escuchaba ansiosos.
―Nada, otro día te mostramos.
F.B.
No hay comentarios:
Publicar un comentario